18 Oct Siempre nos quedará el París
Esta semana se cumplen dieciocho años desde que el 17 de octubre de 1999 se cerró el Cine París. Era entonces, y lo había sido muchos años, la sala de cine en funcionamiento más antigua de España.
Allí trabajaba una de mis abuelas y por eso, a lo largo de mi infancia, siempre tenía una buena excusa para pasar las tardes en el cine. En el Cine París mis hermanos y yo podíamos entrar y movernos libremente. Y había películas, mimos y Toblerones, ¿qué más se puede pedir?
Tardamos años en reconocer los grandes regalos de la niñez, las huellas que dejan en nuestras vidas y cómo nos cambian para siempre. Rebullen en mi mente recuerdos como sueños: la tela áspera de color ocre que cubría las paredes; una foto de Pili y Mili en el primer rellano de la escalera; las butacas extrañamente torcidas en el hueco que ocupara la orquesta en tiempos del cine mudo; el tacto suave del pasamanos de madera; el ambigú regentado por una mujer simpática, bajita, pródiga en cariños y gominolas; el privilegio de subir a la sala del proyector, donde una máquina inmensa chorreaba luz e historias; y nuestras butacas, siempre en el piso superior, desde las que moríamos de risa con Bud Spencer y Terence Hill o nos maravillábamos con Simbad y la Princesa y los esqueletos de Harrihausen que bailaban, fotograma a fotograma, al ritmo de la música de Bernard Hermann.
Por eso me cuesta ir a la tienda de moda que hoy lo ocupa. Lo hice una vez y no he podido volver. Pero en este mundo global, en el que las tiendas de marcas internacionales son idénticas de continente a continente, también la gran multinacional ha sabido salvaguardar la verdadera identidad del Cine París y resisten en la fachada, bajo una marquesina y entre cuatro columnas estriadas, nueve grandes letras doradas.
Y es que el Cine París es nuestro Cinema Paradiso. Allí también se dieron mil besos en la pantalla y fuera de ella.
La vida se compone de ciclos que se suceden. El edificio nació como tienda de modas con la llegada del S.XX. Poco después y durante 90 años fue sala de cine, y hace dieciocho años volvió a ser una tienda de modas. Por eso, a veces, me atrevo a soñar que un día se pueda cerrar el círculo.
Y, en cierto modo, sería algo muy natural que la ciudad en la que de las olas del Orzán nació el cine español, en la que está la filmoteca de Galicia, la Academia del Audiovisual, una escuela de cine y un buen número de profesionales y empresas multipremiados y llenos de talento, recupere en algún momento este cine antiguo y singular, quizá más que para nuevos estrenos, para volver a proyectar cien años de historia del cine que iluminen, con las grandes obras maestras, los sueños de futuras generaciones.
Pero, hasta entonces, tendremos que conformarnos con el recuerdo. Como Rick que tantas veces, en aquel viejo cine coruñés transmutado en un aeropuerto en Casablanca, le dijo a la bella Ilsa eso de «Siempre nos quedará París».