
01 Feb Convivir en la misma casa
Me gusta callejear por lugares viejos, tocar pilares de piedra que sostienen soportales, los vidrios irregulares que hacen aguas en las ventanas y las fuentes de grandes caños pensados para coger agua en sellas. Me gustan los muros de mampostería con argollas de hierro y las casas centenarias de dos pisos y balcón de forja, los pueblos y ciudades cuya armonía proviene, no de estudios de diseño, sino de muchos años y vidas.
Por toda Europa hay pueblos como estampas dibujadas y ciudades que cuentan historias de siglos. Siento que los países vecinos han sabido ser más respetuosos y evitado el hormigonado que han sufrido tantos pueblos y paisajes de España. Aquí ha habido décadas en que no se era nadie si no se tiraba y hormigonaba algo hermoso.
Somos el tercer país con más lugares Patrimonio de la Humanidad, sólo después de Italia y China. La riqueza de España es tal que abruma, especialmente a los nos visitan de países jóvenes, para quienes una iglesia levantada hace un siglo es una antigüedad intocable, más importante que, para algunos de nosotros, un dolmen de hace 6.000 años, que se remodela para transformarlo en un moderno merendero de cemento, como sucedió en 2015 en San Cristovo de Cea.
Para quienes nacen con un espíritu excesivamente pragmático, las normas y la educación han evolucionado en los últimos años. Me gusta pensar que hoy no se tirarían los edificios que estaban en los lugares que ocupan el Hotel Atlántico o la oficina principal de Abanca, entidad que, por fin, protegió uno de los grandes murales de Lugrís, un retrato poético-fantástico de Coruña que estaba en una cafetería donde niños y adultos, lógicamente fascinados, tocaban las olas blancas y azules con las manos desnudas, al albur de que algún propietario tuviese la idea de cubrirlo con Titanlux o la última línea de azulejos vintage.
Hace poco, el bajo de la esquina de Rúa Nueva y calle de los Olmos fue remodelado. Quién diseñó en su día la fachada de la Joyería Helvetia, que allí se estaba, puso el alma en los ventanales ovalados de madera tallada, los alicatados y los esmaltes que la adornaban, y que han sido sustituidos por una pared blanca. Hemos perdido algo en el proceso. Como sentí una pérdida con el fin de la Sastrería Iglesias, la Camisería Gala, Ultramarinos Aniceto, el Bazar de Pepe o la Joyería Malde, donde el trofeo Teresa Herrera chorreaba un metro y pico de plata en forma de Torre de Hércules y de cuya fachada fueron arrancados incluso los singulares cristales de espejo negro que la cubrían. Son algunos ejemplos de que la memoria no está sólo en los grandes monumentos. Los locales singulares que quedan en Coruña pertenecen a su legítimo dueño y también, de algún modo, a la ciudad que, en este tiempo de uniformidad y franquicias, guarda en ellos parte de su identidad. Hace unos días, recibí una cariñosa invitación a celebrar el 60 aniversario de Bonilla a la Vista. Sirva la felicitación a César Bonilla y su familia, como reconocimiento a todos los que nos hacen únicos aguantando el envite de abrir la persiana cada día.
Lo nuevo es hijo de lo viejo y, como familia que son, pueden y deben convivir en la misma casa. Una ciudad abierta, moderna, urbana y cosmopolita que tanto aspira a ser vanguardia y constructora de futuro, como debe conocer y respetar el camino que otros trazaron y nos ha traído hasta aquí.