
08 Feb Pañuelos como lanzas
En Irán, en un parque nevado, una mujer mayor envuelta en un abrigo se dirige a una fuente que parece una tarta nupcial. Es una anciana encorvada con un bastón en la mano, pelo blanco y pantalones oscuros. Se acerca a la fuente y la escala como puede. Lo hace sola, solventa sus dificultades por sus propios medios y se sobrepone a lo que los años han hecho con su cuerpo. Su esfuerzo solitario añade más dignidad, si cabe, a la escena. Primero sube una rodilla, se ayuda con las manos y con un impulso consigue ponerse en pie sobre el murete. Se apoya en el bastón y da dos pasos breves, se quita el hiyab que cubre su cabeza y lo engancha a la punta del bastón. Luego, se yergue y agita el pañuelo. Alto, bien alto.
Hay mujeres iraníes subidas a fuentes, muros, bancos, peanas y cajas. Casi siempre solas. En silencio, agitan los hiyabs sobre sus cabezas descubiertas y miran al frente, a ninguna parte y al mundo entero, con el rostro serio. Están siendo detenidas, azotadas a látigo y acosadas por su osadía al rebelarse contra el símbolo de su deshumanización.
Son tan pocas y están tan solas que duele. En occidente apenas escucho palabras de aliento y apoyo a estas valientes. Me pregunto si las voces airadas, que con tanta vehemencia exigen respeto y normalización en Europa de los distintos velos y tocas islámicas, también alzan su voz y defienden la libertad de estas mujeres. Silencio.
Cada vez más gente se manifiesta hastiada del feminismo. Cambia «feminismo» por «justicia» y la afirmación no se sostiene. ¿Quién va a estar hastiado de justicia? Quizá el problema es que el discurso feminista en nuestro primer mundo vive momentos de confusión furiosa, entre acelerones, frenazos y volantazos en un circuito que parece más de exhibición que el camino hacia un destino cierto. Demasiado marketing. Pocas ideas claras. Todavía hay que afirmar lo esencial: que el feminismo es una forma de humanismo. No es un antagonismo con el hombre, sino la igualdad de hombre y mujer como seres humanos plenos, con idéntica dignidad y derechos por el mero hecho de Ser. El exceso de tonterías, el espectáculo interesado y extrañas nuevas censuras a veces nos distraen de lo básico.
Las injusticias contra las mujeres son innumerables. Fuera de nuestra burbuja los comportamientos aberrantes, mutilación genital, matrimonio infantil, trata de blancas y otras formas de esclavitud, están normalizados en buena parte del planeta. También cerca de nosotros. Las estadísticas del horror nos dicen que nadie está libre, pero que lo peor que puede pasarle a un ser humano en este desgraciado mundo es nacer niña y pobre.
Antes de la revolución de 1979, Irán era un país de mujeres libres, cultas y profesionales. Eran millones. Cientos de miles participaron en manifestaciones de protesta cuando vieron lo que el régimen de los Ayatolás les deparaba. De nada sirvió. Sus derechos se desvanecieron bajo hiyabs, chadores y burkas sin dejar rastro. Basta un momento para perder lo que damos por sentado. El Cuento de la Doncella.
Estas mujeres de Irán y tantas otras por el mundo que luchan armadas con su dignidad, son heroínas, líderes y seres humanos en estado de gracia; volcanes, como diría Ursula K.Le Guin, que ofrecen su verdad, como verdad humana que es, para cambiar los mapas. Alzad, pues, pañuelos como lanzas. La humanidad de media Humanidad aún debe ser conquistada.