Luisa Cid | La Nariz y la Luna
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La Nariz y la Luna

Nosotros no iremos a la Luna. Todo está aún por venir y no veremos más que los primeros pasos de la era espacial. No lo veremos  pero nos atrevemos a intuir, y en esa ensoñación  estamos en buena compañía: la  de Francis Godwin   que escribió El hombre en la Luna  en 1638; de  Marie Anne de Roumier y sus  Viajes de Milord Céton a los Siete Planetas de 1765;  de Kepler que  soñó sobre las serpientes lunares en su Somnium Astronomicum en 1634; de Ludovico de Ariosto que descubrió que todo lo que se pierde en la Tierra va a parar a la Luna en Orlando Furioso (1516); la de John Wilkins que  nos describió cómo llegar en una carroza voladora con motor de reloj en el Descubrimiento de un nuevo mundo…en la Luna (1655); la de Julio Verne,  Edgar Allan Poe ,  H.G. Wells,  Robert  A. Heinlein y  muchos más.

De entre los soñadores, me interesan especialmente los que  hicieron el viaje  en primera persona. Como Luciano de Samosata que, hace casi dos mil años, viajó a la Luna y lo contó en su Historia Verdadera. Su barco, una vez pasadas las Columnas de Hércules, fue impulsado por un huracán durante siete días a través del espacio. Ciento cincuenta años después de Cristo, el bueno de Luciano escribió el primer relato de viajes espaciales, extraterrestres  y guerras interplanetarias, describiendo una Luna poblada sólo por hombres, con ojos de quita y pon, de gran inteligencia, que se alimentan del aroma a ranas tostadas y están en guerra con el Rey del Sol por el dominio de  Venus.

 

Mucho más tarde, el bibliotecario Rudolf E. Raspe recopiló  Las aventuras del Barón de Munchausen (1785) basadas en  las historias que contaba el auténtico Barón Karl Friedrich Hyeronimus de  Münchhausen  cuando, ya retirado,  vivía en el pueblo alemán de Bodenwerder,   al que la costumbre de los viejos soldados de engrandecer sus aventuras bélicas se le fue  un poco de las manos. El caso es que el viejo Barón, excéntrico y fanfarrón, especialista en adornar sus  historias con todo tipo de pintorescos detalles  afirmó, además de ser capaz de cabalgar balas de cañón, haber llegado a la Luna en globo, donde se relacionó con la familia real selenita o, al menos, con sus cabezas.

Y Hércules Savinien de Cyrano de Bergerac, soldado, pensador, dramaturgo, filósofo y poeta de imponente nariz  que -un par de siglos antes de hacerse universalmente famoso por la obra de teatro de Edmon Rostand-  en 1657 escribió Los Estados e Imperios de la Luna.   En la Luna de Cyrano  las conversaciones se realizan con sonidos y cuando son buenas  se convierten en música; los productos se pagan con versos  cuyo valor ha sido certificado por  la Casa de la Moneda; a la buena gente se la conoce, como es natural, por sus enormes narices;  los libros se leen con las orejas y en las guerras un enfrentamiento intelectual entre sabios vale el triple que uno militar.   Cyrano, siendo como era un racionalista del siglo XVII pero también  un poeta, nos propone dos soluciones para llegar a la Luna:  una nave de hierro  propulsada por explosivos e imanes, o  atar  al cuerpo del viajero  frascos llenos de gotas de rocío  para ser atraídos por el sol de la mañana.

Nosotros no iremos a la Luna pero, especialmente este año,  compartimos el asombro de lo logrado y la excitante anticipación de todo lo que llegará.  Nunca iré a la Luna pero, como el Cyrano,  puedo apuntar  la nariz al cielo y  aspirar a  “…soñar, reír, vivir, ser libre,/tener el ojo avizor, la voz que vibre,/ponerme por sombrero el universo,/batirme o hacer un verso,/despreciar  la gloria y la fortuna,/ y viajar con la imaginación a la Luna…”

 

 

 

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